lunes, 8 de agosto de 2016

El bosque como espacio de juego






























































El verano es posiblemente el período de tiempo en el que más jugamos. Dejamos de lado nuestros hábitos y obligaciones. Este paréntesis se abre en nuestra vida para dar paso a aquellas actividades lúdicas que despiertan el niño que tenemos hibernando durante el resto del año.

Acabamos de pasar una semana con un grupo de amigos en la sierra de Gúdar (Teruel), con los que planeamos pasar unos días en la naturaleza, 
paseando y explorando el lugar, observando su vegetación y fauna, conociendo un poco de su historiadescubrimos apilamentos de piedras, que fueron campamentos y trincheras del ejército republicano durante el período de la Guerra Civil Española.
Nuestra idea era intervenir de algún modo en aquel espacio, en un bosque que hay
en lo alto del pico Peñarroya a 2.024 metros de altitud. Sin más herramientas que un cuchillo, una sierra y un poco de cuerda. Herramientas poco o nada habituales para un grupo formado por algunos arquitectos, diseñadores, maestros, músicos, creadores de sonido/video y un grupo de niños, que son un poco de todo.

El modo de observar y relacionarnos con el espacio supuso un período de
adaptación, exploramos aquel bosque hasta hacerlo nuestro y descubrir nuestro lugar de acción. Pronto empezaron las primeras aproximaciones o ideas, jugando con los elementos que encontrábamos, ramas, piedras, hojas, latas de los milicianos que allí habitaron. El hacer pasaba a un plano más relevante que el pensar, el ejercicio físico (pasear, recoger, apilar, trepar, cortar,...) la acción/reacción, la construcción, la integración y transformación con la naturalezael paso del tiempo... Sin una pretensión de hacer "Land Art", sino más bien, cambiar nuestro espacio y herramientas habituales, sacar al homo habilis, trabajar con las manos, hacer nuestras herramientas o mecanismos para sujetar y ensamblar ramas, hacer nudos o levantar troncos... en definitiva acercarnos a ese modo de hacer que tienen los niños.

Poco a poco 
fuimos dialogando con aquel espacio, y definiendo un itinerario en el que descubrimos  escaleras suspendidas en los árboles que nos llevaban a lugares escondidos, uno de los cuales obligaba a detenernos y observar en la lejanía un grupo de árboles que danzaban al unísono mostrándonos una armoniosa forma que solo veíamos cuando conseguíamos alinearlos. Un camino de troncos nos conducía a una laberíntica trinchera en espiral y  desde allí observábamos una gigantesca tela de araña hecha de ramas. Siguiendo el trazado de troncos suspendidos en la verticalidad de aquella arboreda llegabamos hasta un claro donde éramos observados por unos árboles que parecían saber muchas historias de los milicianos que allí habitaron.
Desde allí un campo cromático hecho de flores y musgo nos definía una nueva ruta que nos conduciría a la salida de aquel bosque


Estás intervenciones quedaron como parte del bosque esperando a que nuevos visitantes las descubran y que despierten el mismo interés que a nosotros. Con el fin de dialogar y respetar aquel lugar.